Las ovejas, sin embargo, le habían enseñado una cosa mucho más
importante: que había un lenguaje en el mundo que todos entendían,
y que el muchacho había usado durante todo aquel tiempo para hacer
progresar la tienda. Era el lenguaje del entusiasmo, de las cosas hechas
con amor y con voluntad, en busca de algo que se deseaba o en lo que
se creía. Tánger ya había dejado de ser una ciudad extraña, y él sentía
que de la misma manera que había conquistado aquel lugar, podría
conquistar el mundo.
«Cuando deseas alguna cosa, todo el Universo conspira para quepuedas realizarla», había dicho el viejo rey.
El Alquimista